¿Cómo no elegir el Tala para nuestro post de presentación si se trata del árbol emblemático de nuestra ecoregión rioplatense?Un árbol cargado de historia y parte esencial de nuestro acerbo cultural acerca del cual las y los argentinos han escrito a lo largo de la existencia de nuestra Patria.
En este artículo se reflejan sus características, beneficios y utilidades, pero también la imagen y sensaciones que el Tala ha despertado en argentinos y argentinas a lo largo de la historia.
Es por eso que abrimos hoy con él nuestra guía de especies nativas y autóctonas rioplatenses, no sin antes aclararles que, si bien como notarán en la lectura hay talas en distintos puntos del país, los ejemplares de nuestro vivero corresponden a la genética de la Ecorregión Rioplatense. Desde talares, Raíces Rioplatenses les damos la bienvenida y esperamos que lo disfruten
Tala (Celtis tala)
► FAMILIA / SUBFAMILIA
Cannabaceae
► FORMA DE VIDA
Árbol de 4 a 12 mts. de altura.
CARACTERÍSTICAS GENERALES
Especie de follaje caducifolio, copa globosa algo irregular, tronco de 0,80 a 1 mt. de diámetro de aspecto tortuoso y corteza de color castaño claro.
Hojas alternas asimétricas con típicas ramificaciones en zig zag con espinas de a pares. Se multiplica por semillas y es ampliamente disimenado por aves frugívoras que se alimentan del fruto carnoso, muy sabroso.
Forma el ecosistema típico bonaerense denominado "talar" donde es la especie dominante y crece suelos calcáreos, cursos de agua y la sabana pampeana.
BENEFICIOS, UTILIDADES E INTERACCIÓN CON LA FAUNA
Especie sumamente importante en la ecorregión conocida como "Talar Bonaerense" donde se erige como especie dominante.
Diversidad de mariposas se hospedan y se nutren de él en sus distintos estadíos, como la "Zafiro de Talar" (Doxocopa laurentia).
De sus frutos se elabora licor y dulce, tiene aplicaciones medicinales y ornamental para seto, como bosquecillos para atraer biodiversidad en Boulevares, amplios espacios verdes públicos, en corredores verdes urbanos y en biocorredores urbanos-periurbanos junto a otras especies como Ombú, Sombra de Toro, Coronillo y Molle, componentes de los talares.
Fuente: Guía para gestión integral de viveros de flora nativa rioplatense de la cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR)
Escritos sobre el Tala
No poco se ha escrito sobre nuestro árbol, aquí apuntamos algunos escritos y leyendas que reflejan el amor que ha despertado en hombre y mujeres de nuestra patria a lo largo de la historia.
Un escrito de 1813
“A mí no me ocurre otro cerco más ventajoso para el efecto que el tala. Este es un árbol que prospera en cualquier terreno que no sea estéril absolutamente; es indígena de este país; se da bien en los altos en los bajos, como éstos no sean fangosos; no lo ataca la hormiga, ni lo carcome gusano alguno; tiene mas espinas que hojas, pues debajo de cada hoja tiene dos espinas: es de un verdor alegre; de madera flexible, difícil de quebrar; de la cual se sacan cabezas para arados, ejes para carruajes y de sus ramas delgadas se hacen flejes o arcos para techos de los mismos carruajes; su leña hace un fuego alegre, y es de las mejores que el país produce espontáneamente en los bosques.
Muchas ventajas son éstas para no mirar con cariño un árbol que las reúne, principalmente cuando con él podemos cercar nuestras heredades y asegurarlas contra los brutos, y aun contra los hombres, que intenten franquearlas para hacernos daño”.
Escrito por Pérez Castellano, año 1813
Leyenda de la fruta del tala
Cerca de los grandes montes la familia indígena levantaba su modesta vivienda, si así podía llamarse, que le proporcionaba albergue de las inclemencias del tiempo, y aguardaba aquellos días en que todo cambiaba, y el sol con su calor, les permitía disfrutar con plenitud de la naturaleza.El encanto de estos seres lo constituía su pequeña hija RAIHUE (que significa Flor Nueva), que correteaba todo el día siguiendo las primarias ocupaciones de sus padres.
Un día, su curiosidad pudo más y ese anhelo de comprobar qué encerraba ese misterioso paisaje circundante le hizo, en un descuido de sus padres, entrar al monte y, distraída por cuanto le rodeaba, fue alejándose más y más, perdiendo de hecho la noción de su morada.
Llegó la noche y se dio cuenta de que no sabía por dónde regresar, y se arrepintió de haber desoído el sabio consejo de sus padres.
Ellos, entretanto, con el auxilio de sus vecinos, se organizaron para recorrer el monte, que por lo cerrado, no dejaba lugar a la observación y peligraba la vida de quien lo penetraba.
Rogaban también a sus dioses que permitieran el regreso a salvo de la pequeña y perdonaran su desobediencia, producto seguramente de su edad.
Una avanzada de los que iban tras las huellas de la niña, observando la rotura de las ramas y alguna leve señal de su recorrido, llegado el día, pudieron asombrarse de la escena que apareció a su vista.
Los rayos del sol sobre las plantas de tala iluminaban con vivacidad diminutas joyas amarillas, que lucían esplendentes con la humedad de la mañana.
Y allí estaba Raihué, en el claro del monte, comiendo con deleite aquella fruta que le había permitido mantenerse en la aventura. Ha seguido pasando la versión de los mayores en la región del Tuyú, de que quienes comen dicha fruta nunca pueden abandonar este lugar. Fuente: Lucio Eber Jorge (El Mensajero)
TALA
Allá por el año 1886, cuando apenas contaba ochos años de edad, se dispuso mi salida al campo, a las montañas de Tandi (Córdoba). DeberÌamos partir a las cuatro de la madrugada de la posta situada en las afueras de la ciudad, lugar de entrada y salida de las mensajerías que hacían los viajes entre la ciudad y las sierras. La carroza tan grande como vieja, esperaba ser ocupada por nosotros para ponerse en marcha. Instalados los viajeros y una vez arreglados los equipajes, el paisano, auriga de rastros duros y recia musculatura, sosteniendo en su mano izquierda la red de riendas, m·gicas a mi parecer, con movimiento brusco de su brazo derecho, estiro el largo látigo el que cortando el aire por sobre las cabezas de las ocho mulas, produjo un chasquido agudo. Las bestias arrancaron tan repentinamente, que a no ser por el vigoroso brazo del paisano que las manejaba, habrÌamos rodado el barranco que bordeaba el camino; todo era raro y complicado. Ahora veía peligros no imaginados, no previstos - cuando con el corazón henchido de placer - supe que me llevarían en viaje de excursión a las sierras.
La primera etapa del camino fue alegre y pintoresca, pequeños montículos, proximidad de las bajas colinas, y allá a lo lejos las montañas.
A medida que avanzábamos, y con nosotros el dÌa, se acentuaba el calor; el sol se volvía de fuego; el suelo se resquebrajaba, los árboles estaban resecos por el calor, escasos de hojas, pobres de ramas, llenos de espinas, como si en vez de producir flores, sus ramas profirieran iras o amenazas.
No los vi con las caras de buenos amigos.
Talas, algarrobos, quebrachos blancos, espinillos, sobre todo talas y espinillos.
Después de cinco horas de viaje las sierras se acercaban.
Nos detuvimos y tomamos alimentos livianos.
A mediodÌa debíamos llegar a San Roque, punto intermedio de nuestro viaje y donde
se resolvió de antemano reposar algunas horas. (Todo este lugar esta hoy ocupado por el
gran dique del mismo nombre).
A los montÌculos sucedieron las colinas y a estas las altas sierras, las que parecíame se venían hacia nosotros.
Esa mole estática se me movía inaccesible.
Para mi cerebro infantil, aquel soberbio paisaje era inquietante unas veces, aplastador otras y sedante por último: demasiado calor, mucho calor; sol rajante; soledad que ahogaba y panoramas que daban quietud al alma.
Se impuso en mi lo extraño, lo abrupto.
Me sentÌ realmente agitada. ¡No sigamos! Clame aterrorizada. ¡No podremos pasar mas allá de esa montaña!
Subir a esas alturas, así, sin transiciones escalonadas, me parecía una temeridad que nos costaría la vida.
Trataron los mayores de explicarme como la mensajería daría la vuelta por la falda de la montaña siguiendo un camino accesible. Pero yo no veía ni comprendía nada fuera de aquella elevación inmóvil, alta como las nubes, arrogante y hostil al parecer. Yo temblaba de pavor y lloraba.
Ya en repetidas ocasiones nos había alarmado el crujir de las ruedas; se las reforzó con trozos de madera. De pronto, y justamente en el instante de trasponer un mal paso, entre dos despeñaderos, una rueda se quiebra y la mensajerÌa se tumba.
Las mulas no se movieron; a no ser así, hubiéramos rodado a varios metros.
Bajamos e hicimos unas cuadras a pie para llegar a una quebrada. Allí, un desamparo absoluto. De humano, ni rastros. De la naturaleza: rocas, peñascotes, espinillos hirientes, talas viejos.
Cerca de una senda, había un tala joven, sus ramas y follaje daban alguna sombra; acudimos a el.
Entre tanto los señores siguieron hasta salvar las dos leguas que nos separaban del primer punto habitado, a fin de traer de ahí medios de transportes.
La sombra del tala era escasa.
Mediodía regalaba a la tierra todo su potente calor, como si sus rayos perpendiculares quisieran a todo trance penetrar en las profundidades del planeta.
Permanecimos de pie para que la copa protegiera nuestras cabezas.
La impresión de lo desconocido, el asombro por la imponente naturaleza, el calor, el cansancio, las transiciones bruscas, me enfermaron.
Perdí el recuerdo hasta que me vi en sitio seguro y fresco, en la casona de San Roque, la posta intermedia.
Al día siguiente, al pasar el río Primero, sentí una nueva emoción.
El frescor emanado de las aguas, acariciando el cuerpo, suavizaba las inquietudes del espíritu. Esto no impidió que en mi mente quedara grabada una visión de espanto, que se le ocurría a mi preocupación infantil, enemiga del hombre.
El tala me pareció egoísta y mezquino.
Sin embargo, dos noches después de mi arribo a Tandi, debÌ reconciliarme con el árbol de la sierra.
Desde la tarde, se venia preparando una fuerte tormenta; ese ruido e rodar de carros cíclopes tan peculiar en las serranías, anunciaba la iracunda.
Poco después de la cena, estalló la tempestad. Estábamos con todas las puertas y ventanas cerradas; las gentes calladas y de rato en rato, una sacudida nerviosa de los mayores y asombro de los mas chicos, como que no comprendíamos el peligro ni medíamos la fuerza omnipotente del cielo y del destino, en una hora dada.
Mi prima, dueña de casa, se levantó y abriendo un postigo, llamo a María su hija y a mi. "ìVean la noche sacudida por los elementos agitados, nos dijo con voz ansiosa. Miren talas y espinillos, como se inclinan arremetidos por el huracán; vean los relámpagos que se cruzan sin cesar en el cielo y que, a cada instante bajan hasta la tierra. ¿Alcanzan a divisar a esa pobre vaca que se ha refugiado al pie del secular compañero de la montaña?".
En ese instante, vimos caer una especia de bola de fuego. No tuvimos tiempo de temblar siquiera; ya se había perdido en el seno de la tierra. Minutos después, otro resplandor nos mostró al tala tronchado. La vaca desapareció de nuestra vista.
Supimos al día siguiente que había sido fulminada por el rayo. "¿Han visto?, dijo mi prima, dama de corazón y talento educativo; el tala nos ha salvado. Ha dado su existencia para defender este rancho que nos cobija; el rayo hubo de caer sobre nuestro techo... El tala ha muerto, su alma se va llorando, sin refugio, a perderse en la nada o a encarnarse en algún retoño naciente".
No pude dormir pronto esa noche. Soñaba con el tala quebrado y sentía una inquietud inexplicable; concluí por llorar, escondiendo la cabeza bajo la almohada.
Al despertar, como chiquilla que era, había olvidado el drama y salí cual todos los días, a correr por el campo, a juntar piquillÌn y flores silvestres, a bañarme en el arroyo y seguirlas, encantada, con la vista, a las relucientes mojarritas que nadaban en las cristalinas aguas que corrían por entre riscos entonando canciones de ensueño.
Con frecuencia Ìbamos a coger 'flores del aire', de las que cercenen volviendo y acariciando a los talas viejos, a quienes miré desde entonces con verdadera veneración.
Fuente: Justa Roqué de Padilla, îLo que cuentan los árboles de nuestras queridas tierras Argentinas!
El TALA símbolo del amor y coraje
Cuenta la leyenda que el día que los conquistadores tuvieron un breve combate con los aborígenes guaraníes, cerca de Diamante, Provincia de Entre Ríos, un grupo de aborígenes mujeres, y niños huían despavoridos hacia la selva en busca de protección y resguardo seguro. Los guerreros españoles, que vieron hacia donde huían las indefensas mujeres, se lanzaron tras ellas dando alaridos de triunfo, pero también los vieron tres robustos nativos, tres guerreros de talla gigantesca, que al punto decidieron frustrar el propósito de los perseguidores, conteniéndolos, antes de que coparan a las mujeres y niños que de seguro serían muertos por los invasores.
Estos tres gigantes que merecen estar en el bronce, se apostaron en medio del camino con los brazos abiertos y los puños unidos por hebra de vegetales, era una barrera impávida y resuelta, tres montañas de bronce, tres guerreros duros como el quebracho, listos a soportar mudos e intrépidos el embate feroz del enemigo.
Los gestos duros de sus rostros fieros que exclamaron: ¡no pasarán!… ¡no pasarán!… Jamás podrán alcanzar a nuestras mujeres y a nuestros hijos!
La conmovedora, como estupenda escena del heroísmo duró pocos minutos, los certeros disparos de arcabuces, hirieron en cien partes aquel muro de carne y hueso, los tres indios agónicos se unieron mantenidos en pie y formaron una masa, un solo tronco pétreo clavado en aquel sitio de leyenda, mostrando en el lugar de cada herida la pulgada negruzca del espino…
Y de esta manera coraje y sangre guaraní, ese día dieron nacimiento a otra especie legendaria y ese árbol simbólico fue el tala, un blasón de bravura y sacrificio que perdura a lo largo de los tiempos como fruto dilecto del sol indio, representando el coraje, el temple y el heroísmo de una raza.
El tala símbolo del amor y coraje de su pueblo que es un símbolo de América: el guaraní
Fuente: Viajemos al campo y algo más